Sus imagenes exponen uncontenido social.
La fotografía se publicó en la conocida revista y de forma extraordinaria y espontánea empezaron a llegar donaciones de particulares a la sede de la Sociedad, hasta un total de 7000 dólares para que el pobre niño, tan bien retratado por Allard, pudiera comprar más ovejas. El propio fotógrafo en una entrevista declaró:
“Se que mis fotos han entretenido a la gente a lo largo de los años. Pero ésta ayudó realmente a alguien, y eso me marcó. Como fotógrafos, siempre estamos tomando fotos. Con ésta tuve la oportunidad de devolver”
Y digo yo, ¿nadie preguntó ni recriminó a Allard si después de tomar la foto dió la calderilla que seguro llevaba en el bolsillo de su pantalón para que comprase otras seis ovejas? porque seguro que en Perú, en 1981, comprar 6 ovejas para un señor blanco de National Geographic, era cuestión de calderilla. Esto no se si pudo ser así o no, ni el autor ni la Sociedad han hecho nunca declaración alguna sobre esto, pero la foto removió conciencias de todo un país por valor de siete mil dólares, que para el marketing vienen muy bien. Lo que si es cierto es que de nuevo una imagen triste, dura, mostró la realidad de un país, en este caso de Sudamérica, en el que un pobre niño en vez de estar estudiando en el cole, estaba trabajando de pastor y a buen seguro aquel día se llevó una paliza monumental por parte de su padre o jefe por aparecer con seis ovejas menos. Creo que lo que menos importa es si los miles de dólares de donaciones anónimas llegaron al niño o no, sino que conocer esta situación tan éxtrema y límite es gracias a que un fotógrafo estuvo allí en aquel momento y supo captar las lágrimas de aquel crío.
¿Ponemos límite a lo que hacemos con una cámara fotográfica? Realmente es un conflicto interno de cualquier fotógrafo y solo uno mismo sabe hasta donde es capaz de llegar. o soportar. Pero lo que está claro es que el buitre de la fotografía de Kevin Carter bajó del cielo al olor de la muerte, pero por lo visto no era el de la niña.
La fotografía se publicó en la conocida revista y de forma extraordinaria y espontánea empezaron a llegar donaciones de particulares a la sede de la Sociedad, hasta un total de 7000 dólares para que el pobre niño, tan bien retratado por Allard, pudiera comprar más ovejas. El propio fotógrafo en una entrevista declaró:
“Se que mis fotos han entretenido a la gente a lo largo de los años. Pero ésta ayudó realmente a alguien, y eso me marcó. Como fotógrafos, siempre estamos tomando fotos. Con ésta tuve la oportunidad de devolver”
Y digo yo, ¿nadie preguntó ni recriminó a Allard si después de tomar la foto dió la calderilla que seguro llevaba en el bolsillo de su pantalón para que comprase otras seis ovejas? porque seguro que en Perú, en 1981, comprar 6 ovejas para un señor blanco de National Geographic, era cuestión de calderilla. Esto no se si pudo ser así o no, ni el autor ni la Sociedad han hecho nunca declaración alguna sobre esto, pero la foto removió conciencias de todo un país por valor de siete mil dólares, que para el marketing vienen muy bien. Lo que si es cierto es que de nuevo una imagen triste, dura, mostró la realidad de un país, en este caso de Sudamérica, en el que un pobre niño en vez de estar estudiando en el cole, estaba trabajando de pastor y a buen seguro aquel día se llevó una paliza monumental por parte de su padre o jefe por aparecer con seis ovejas menos. Creo que lo que menos importa es si los miles de dólares de donaciones anónimas llegaron al niño o no, sino que conocer esta situación tan éxtrema y límite es gracias a que un fotógrafo estuvo allí en aquel momento y supo captar las lágrimas de aquel crío.
¿Ponemos límite a lo que hacemos con una cámara fotográfica? Realmente es un conflicto interno de cualquier fotógrafo y solo uno mismo sabe hasta donde es capaz de llegar. o soportar. Pero lo que está claro es que el buitre de la fotografía de Kevin Carter bajó del cielo al olor de la muerte, pero por lo visto no era el de la niña.
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